Caía la noche mientras que yo caminaba por aquella zona del reino Humano, con la garganta tan seca como el mismísimo desierto... necesitaba cazar algún ser, necesitaba alimentarme, aplacar la sed que me corroía como un animal con sus garras. Tenía que encontrar a alguna presa que me permitiese saciarme, sentirme de nuevo completamente llena en todos los sentidos... mi parte vampírica no era la única que se encontraba sedienta.
Pero por suerte, un sonido hizo que en mi rostro se dibujase una escalofriante sonrisa... un viajero se acercaba, sobre una montura cuyo aspecto me recordó a las que usaban aquellos engreídos de orejas puntiagudas. Sin embargo, el jinete tenía aspecto humano; a lo mejor el caballo lo habría robado o comprado en las tierras de los Elfos.
Con una sonrisa lasciva salí a su paso, con mis clásicos andares contoneantes. Los humanos eran fáciles de dominar, simples a la hora de seducirles. Y en efecto, solo bastó una simple mirada para que él desmontase, un tanto desorientado por mi presencia a tales horas en semejantes parajes.
Le observé bien de arriba abajo, sospesando su aspecto y si realmente me saciaría... sí, era un bocado realmente suculento. Afilando mis colmillos sin dejar que se vieran, me acerqué a él, para luego depositar un lascivo beso en sus labios.
No se resistió, ni siquiera intentó detenerme... salvo en un principio. De sus labios se escapaba un nombre desconocido para mí, un nombre que me sonaba a élfico. "Arwen"...
No me importaba lo más mínimo mientras que gozaba de su cuerpo, mientras que disfrutaba de mi nueva presa. Fuera quien fuese aquella Arwen me traía al pairo; iba a terminar con aquel festín sí o sí.
Cuando mi cuerpo se encontró saciado, clavé mis colmillos en su cuello, succionando hasta sentir como la sangre le abandonaba y fluía, cálida y aplacante, por mi garganta. Era agradable volver a sentirse llena, más de lo pensado.
Cuando hube terminado, me percaté de que en el cuello del Hombre había un colgante de factura élfica. Reconocí el emblema de la casa real de aquella raza, lo cual me sorprendió, pues que supiera, no aceptaban humanos entre ellos. A lo mejor se habría desposado con alguno de sus miembros y había entrado así en la familia.
No le dí más vueltas al asunto mientras que me desvanecía en las sombras de la noche. Había hecho lo propio entre mi raza, alimentarme. No se me podía tachar por seguir mis instintos.