negras perspectivas

La noticia me llegó al salir de la biblioteca, acababa de entregar un informe sobre unas ruinas al bibliotecario y me dirigía a la sala de entrenamiento para desentumecer los músculos después de estar 3 días seguidos sentada escribiendo y buscando información. Un guardia entró corriendo y se paró enfrente mía, me miró desesperado con un enorme temor en sus ojos y una gran tristeza:

-¿Qué ha pasado?

Yo casi temblaba pero esperé tranquila a que me dijese que sucedía, cuando por fin me contestó lo hizo de forma entrecortada, apenas capaz de hablar, tras escucharlo todo mis piernas comenzaron a temblar, no había tenido mucho trato con él, pero sabía que era un guerrero honorable, siempre pensé que moriría en un campo de batalla, sacudí la cabeza y retomé fuerzas, se lo tenía que decir a Arwen, respiré hondo y después de coger una bolsa que el guerrero me pedía me dirigí con paso vivo hacia los aposentos de la princesa, al llegar a la puerta respiré hondo aguantando las ganas de gritar y de llorar, pues la muerte ,aunque fuese de alguien poco conocido, siempre me hacía entristecer, y además el había sido compañero de armas, llamé a la puerta de mi amiga y entré, entonces escondiendo la medalla con la firma de la casa le insté a sentarse sobre la cama, temía que esta noticia le perjudicase a ella y al niño, me senté a su lado y le dije:

-Arwen, tengo una noticia que darte.

Aquel día sentía una especie de zumbido de mal agüero, como si hubiera ocurrido una desgracia. Parecía como si el sol fuera más oscuro, o como si una sombra se hubiera adueñado de todo. Era una sensación inquietante, que no me abandonó en toda la mañana mientras desempeñaba mis funciones.

La visita de Alanna me sorprendió, pues no esperaba que viniera a tales horas a mis aposentos... pero en su rostro había algo que me hizo temerme lo peor.
-¿Qué ocurre?

OFF: perdón, pero hoy no doy más e_e

No dije nada, solo saqué el pañuelo rojo y con cuidado lo desenvolví para sostener sobre mi mano un pañuelo del color de la sangre que sostenía una medalla con el símbolo de la familia Undomiel, medalla que hasta hacía apenas un día había llevado en el cuello Nathan.

-Arwen- tuve que decir, incapaz de permanecer callada- Hace unas horas han encontrado a Nathan, él...-solté un gran soplo de aire y con los ojos inundados sin dejar salir las lágrimas dije- él ya no está, Arwen.

La miré a los ojos esperando una reacción, sin saber cómo reaccionaría ella ni cómo debería reaccionar yo a la suya.

No me creía lo que Alanna me decía. No podía ser, simplemente era un error... tal vez Nathan hubiera perdido el colgante, o tal vez fuera otro muy parecido... un millar de excusas que mi cabeza sacaba a relucir para no aceptar la realidad que ante mis ojos veía: había muerto; ese colgante se lo había dado yo misma, y sabía que el emblema de mi casa no caía por casualidad.

Tomé el colgante entre mis dedos, percatándome de su frialdad... la misma que ahora tendría Nathan...
Cuando accedí a desposarme con él sabía que este momento llegaría, que el fallecería a los años de haber contraído matrimonio. Pero no esperaba que fuera tan pronto, que tan rápidamente fuese a conocer el placer del matrimonio y el dolor de la viudedad.

-Ni siquiera supo que iba a ser padre-musité en voz baja, y una única lágrima corrió por mis mejillas. Una sola. El resto no podía salir, mi cuerpo se negaba a sentir cualquier cosa. Todo lo que me rodeaba se desvanecía, como si no existiera. De ser más consciente de mí misma me habría dado cuenta de que estaba entrando en un estado catatónico, pero no caía en esos detalles. Simplemente no sentía nada, ni dolor, ni alegría (de poder sentirme alegre) Era como si me hubiera vaciado por completo y solo tuviera que limitarme a existir.

Se quedó como catatónica, solo dijo una frase eso no sabía que hacer, y parecía que necesitase estar sola, por eso mismo salí del cuarto sin hacer ruido y me fui de allí diciendo a una de las amas de llaves que no la molestase, que yo misma me encargaría de llevarle la comida, pero que por el momento la dejasen tranquila, fui a los establos y me acerqué al fénix tal vez si se lo llevaba...

Lancé un suspiro y acaricié el pico del fénix, esto no podía ser cierto.

Me puse en pie con un poco de esfuerzo por mi parte, sintiendo como todo mi cuerpo se había vuelto más pesado, como si se hubiera convertido en plomo tras la noticia recibida. Caminé unos pasos por la estancia, mirando por encima todo lo que me rodeaba: todos los muebles de elegante factura, los tapices que colgaban de las paredes, los adornos, mis objetos de regalo, los vestidos que siempre me otorgaban, cada uno más hermoso que el anterior... vivía en un entorno privilegiado, pero todos los enseres que me rodeaban ahora me parecían banales, faltos de sentido. La belleza se hacía dolorosa, aumentaba aún más la sensación de pérdida.

Debía asumir el hecho de que era una viuda. Debía admitir que mi hijo nacería huérfano de padre, que no crecería junto a él, que no le conocería jamás. Durante unos meses había gozado del hecho de saberme acompañada, pero ahora me encontraba de nuevo sola, más sola que de costumbre. Había sido feliz, inmensamente feliz, y ahora el dolor era más lacerante, pues al haber conocido los placeres, su falta se hacía aún más presente.

Me volví a reclinar sobre un diván, recostando la cabeza en una de mis manos, mientras que con la otra me acariciaba el vientre. Fuera escuchaba el ajetreo del palacio; los demás continuaban con sus vidas como si lo ocurrido no les causase la menor impresión. Pero así era, pues yo era la única que más le conocía, era la única que más se veía afectada por su marcha.

Quería llorar, pero no podía. Las lágrimas se habían helado en mi interior, sin permitirme el consuelo del llanto. No podía hacer otra cosa que permanecer inmóvil, como si me hubiera petrificado por la pena.