El diente negro del bosque

¿Cuántos años habían pasado desde aquella fatídica noche en la que comencé a ser una infeliz? Sí... seis años. Hasta entonces no me había decidido ni atrevido a dar caza a los que me privaron de ese derecho que me había merecido y habían logrado que mi vida fuera un torbellino de inseguridades, desconfianzas y malas personas. Por no hablar de que también me había afectado tanto a mi personalidad como a mi manera de sentir y mostrar mis emociones.
Así que ahí estaba tomándome un zumo de uvas porque el tabernero no se fiaba de que no fuera una cría y no quería problemas si alguno de sus clientes intentaba aprovecharse. Zumo. Vaya asco, pero era mejor eso que beber agua que a saber de dónde había salido. Incluso la del abrevadero para los caballos estaba más limpia y clara.

Empecé a quedarme inmersa en mis pensamientos, ¿por dónde debería empezar?

Esto sucedió hace cosa de seis años cuando yo contaba los trece de edad. Mis funciones dentro del campamente eran del chico de los recados, aparte de pasarme entrenando con espadas desde los seis. En fin, resulta que un día yo iba acompañado de un par de mercenarios más. Uno de ellos, el cual yo aún no conocía, me mandó a comprar varias botellas de ron y de pan. Me entregó dinero y una espada por si veía que las cosas se torcían en mi camino...

Tras media hora de viaje, llegué hasta una acogedora taberna, aunque apestaba un poco. Había un par de gente hablando y otros tomándose tan frescamente su bebida. êro lo que más me llamó la atención era que había una niña bebiendo en la barra. ¿Es que se ha perdido? En fin, descarté la idea de dirigirle la atención, pero me puse casi a su lado con el propósito de llamar al tabernero. Golpeé un par de veces la barra...

- ¡Tabernero!

Los golpes en la barra me hicieron dar un respingo sacándome de mi ensimismamiento. ¿Pero qué? Un chico más alto que yo (lo digo porque no le hacía falta estar sentado para llegar a la barra, en cambio a mi me colgaban las piernas). Le miré de reojo, se notaba que era un niño aún, su voz no era todo lo grave que sería de adulto.
Di un trago al zumo y me atraganté "¡qué malo está esto!" pensé mientras bajaba la cabeza para no mostrar mi expresión de desagrado ante el tabernero que se había portado todo lo bien que sus modales le permitían. Me sequé la boca con la manga de la camisa. Aún podía recordar los ricos zumos que me preparaban con todo tipo de frutos, casi se me escapa una lágrima pero me la aguanté. Ya habían pasado un par de meses de eso, debía afrontarlo y tomar la iniciativa, vengarse sería difícil. No sabía manejar ningún arma en condiciones, pero de cosas que no se debían comer como setas, hierbas y ese tipo de cosas sí que sabía bastante.
Me fijé en que el tabernero se acercó a la primera cuando el chico lo había llamado, a mi me tardó en atender quince minutos.

Realicé un disimulado paso cuando vi que la chica tuvo un pequeño colapso con su...¿zumo? El tabernero no tardó mucho en llegar y yo hice mi pedido:

- Dame cinco raciones de pan y tres botellas de ron añejo - el dueño me miró incrédulo, pero yo hice sonar un par de monedas en mis bolsillos para que se quedara sin duda alguna.

Me apoyé en la barra y me dispuse a esperar mientras el tabernero fue a por lo solicitado. El silbido que comenzaba a emanar de mis labios comenzó a entonar una paciente sintonía. Miré de reojo a aquella niña. La verdad es que era bastante baja y en un principio pensé que no tendría más de diez u once años. No sé, me parecía raro verla sola y así se lo expresé:

- Normalmente no hay enanas por tabernas... ¿No vienes acompañada? - no la miraba pero seguramente sabría que me refería a ella. No me trataba mucho con chicas, además de hablar de un modo copiado a los mercenarios, esto es, borde, antipático y resentido.

Un momento... miré a mi alrededor...
- ¿Cómo que enana?- le dije encarándome- ¿quién te has creído? Eres sólo un crío con dinero

Le dije de muy mal genio, bastante tenía con el resto de adultos que no me veían como para que un chico de mi edad me tomara por una enana. Después de esto suspiré e intenté relajarme y recuperar mis modales. No podía dejarme llevar por la ira, me habían dado una buena educación. ¿O acaso la perdería con los años como perdí a las dos personas que más me habían querido y que más había querido yo?
Reparé en que tenía una mancha negra en el brazo, pero no pude verle la forma, ¿sería una mancha o un tatuaje? Luego le dije más educada intentando sonsacar algo más de información
- ¿Es que tus padres no te han enseñado modales?

Wow, reacción inesperada. Por un momento creí que me ignoraría, pero no sucedió así y me espetó con tono airado su desacuerdo con que le hubiera llamado ''enana''. Iba adecirle algo al respecto, pero pasé olímpicamente de su mordaz comentario con una pequeña sonrisa, ade más de intentar no mirarla. Hmmm, el tabernero se retrasaba un poco, pero bueno, todo a su tiempo.

Posteriormente, me preguntó por mi educación, a lo cual respondí:

- Por desgracia, mis padres no me enseñaron lo suficiente y tuve que conformarme con otro tipo de educación. ¿Modales? Nah, no sé qué es ni me importa... - mis ojos, por vez primera, convergieron con los suyos.

No me gustaba hablar de mis verdaderos padres, así que corté de raíz la conversación con lo siguiente:

- ¡Tabernero, hostia! - la barra fue golpeado cruelmente por mi puño diestro.

En una situación más normal me habría achantado, habría agachado las orejas y me habría ido a refugiar en los brazos de mis padres, pero no estaban. O me hacía valer por mí misma o nunca sería capaz de enfrentarme al mundo y el mundo me comería. No, ya no podría recurrir a que me defendiera un adulto, así que si él iba de borde, yo también podía.

- Disculpe tabernero - éste se quedó mirándome

- ¿Otro zumo?- dijo con su voz ronca

"No por los dioses! aún no acabé este!" pensé - No, no. Este chico de aquí quiere que le sirvais...- dejé incompleta la frase, y me retiré un poco hacia atrás- no quiero que se pille una rabieta intentando aparentar que es un hombre

Lo último que pensé en ese momento fue "piernas no me falléis", era bajaita y flexible, podría manejarme bien porque además, para bien o para mal, sólo llevaba un traje de tela. Y no sabía cuál sería la reacción del chico

Por fin, ya me trajo las bebidas y el pan anhelado. El tabernero me cobró 20 monedas por eso. ¡Qué robo! Aún así, le di resignado las dos decenas y guardé tanto ron como pan en un pequeño zurrón. Debería ir marchando hacia donde los demás mercenarios quedaron, pero estaba intrigado por lo que sería de aquella chica.

- Bien, gracias - lo dije muy rápido. Me giré para ver a la niña y la miré con los ojos entrecerrados.

- ¿Qué modales son los que tienen tus padres al dejarte aquí sola?

Mi respuesta fue corta y seca. Estaba dolida, pero él no sabía nada.

- Los muertos no pueden tener modales- le dije. Pagué mis dos monedas de cobre y me fui de la taberna dando saltos entre la gente para esquivarla. ¿Qué intentaba? No era ni sería como alguien así nunca. Tampoco iba a dejar que se metieran conmigo pero... ya no sabía que pensar estaba agobiada, agotada y hambrienta. Salí a la calle, el aire fresco me sentaría bien para aclarar mis ideas un poco, y pensar dónde podría conseguir comida gratis. Nadie se resistía a una niña de ojos verdes y delgadita.

Su respuesta, para ser de su edad, me dejó desconcertado. ¡Vaya! ¿Esta tampoco tenía padres? Y yo creyendo que vivir como mercenario era una auténtica mierda... Hmmm, reparé en que había pagado y estaba yéndose de la taberna. Pero, y me quedé dubitativo, ¿hacia dónde iba? Ya había salido y yo fui tras ella.

Estaba alejándose en la dirección opuesta hacia donde yo debía dirigirme. Por un breve momento, miré mi principal vía de escape, la mercenaria: largarme y hacer como si nada. Sin embargo, y era algo que no he entendido desde siempre, fui en pos de la niña, pero sin correr para no alarmarla:

- ¡Eh! ¿Y a dónde se supone que vas, enana? - alcé la voz porque no sabía cuáles eran sus intenciones.

Quise volver a contestar, no me gustaba que se metieran con mi altura, pero decidí hacer caso omiso a sus palabras. Como siempre me había dicho mi madre "ignóralos, y se acabarán cansando. Y si no se cansan al menos demostrarás que eres más adulta". ¡Cómo les echaba de menos! Bueno, debía relajarme. Saqué de mi bolsillo la flauta dulce y comencé a tocar una melodía simple. Y comencé a balancearme para los lados. Así puede que me dieran alguna que otra moneda, y si no, al menos el sonido me calmaba.

Bueno, resultó que al final dejó de estar atenta a mi tono. Era normal mi lenguaje, ya que la gente con la que me relacionaba no tenía gran sentido de justicia, honor y todo eso. De repente, oí una estridente musiquilla proveniente de...¡ella!

¿De limosna vivía? ¡Vaya curro! No se comparaba con lo que tenía que hacer yo... Me di la vuelta por un momento. Quizá vaya siendo hora de pirarse, los mercenarios estarían ansiosos por el ron y no tardarían en ir a buscarme por mi tardanza. Torcí el gesto y volví hacia donde estaba aquella niña con la flauta. Me crucé de brazos para ver su espectáculo. ¿Y sólo por dar pena le daban monedas? Demasiado solidarios, no como yo, que no doy ni agua...

Noté una presencia detrás de mí y paré de tocar. La melodía acabó de forma brusca. Al girar comprobé que era el chico desagradable de la taberna. Le volví a dar la espalda, guardé mi flauta y recogí alguna moneda del suelo.

- ¿Sigues aquí?- le dije en tono cansado y algo bajo - pues si no me vas a dar nada, cosa probable, déjame en paz.

Le espeté. Me daba igual si me empujaba, me insultaba o me tiraba del pelo. Estaba cansada y casi no tenía fuerzas por mucho que quisiera defenderme sólo lograría caerme al suelo. Así que mi opción era buscar una caja de madera donde meterme y ocultarme del resto de los viandantes hasta la mañana siguiente. Hice un pequeño atillo y me lo eché a la espalda.

Mi presencia le molestaba, ¡qué novedad! El tráfico de gente empezaba a despejarse y ella, cuando paró su melodía, me dijo que la dejara. Yo la miraba sin mover un ápice mis músculos de la cara. Mi mano se alargó hasta uno de los bolsillos. Alcancé una de las monedas y la saqué del bolsillo.

Extendí el brazo y cerré la mano formando un puño. La moneda se hallaba posicionada sobre el dedo índice, mientras debajo de este, el gordo aplicaba fuerza. Bastó un pequeño desplazamiento del índice para que la moneda saliera por el aire, ejecutando un movimiento parabólico que tenía como destino el regazo de la chica. Tomé en cuenta su condición: si NO le daba nada, la dejaba en paz; por lo que si SÍ le daba algo, entonces no la dejaba en paz. ¡Malditas sean las deducciones!

Otra vez se fue alejando de mí, mas mi cabezonería insistió en seguirla. Tras dar un puñado de pasos, volví a interrogarla:

- ¿Qué les ocurrió a tus padres? - dije en tono neutro.

Una moneda cayó en mi tripa y me di cuenta que había sido ese chico el que me la había tirado. ¿Qué es lo que pretendía?

- ¿Este dinero es tuyo? - le pregunté - y, ¿cuál es tu nombre y qué es lo que quieres?

Me detuve después de haber andado cinco pasos pequeños para mirarle.
La verdad es que me extrañaba mucho que alguien se molestara algo en mi. Desde hacia dos meses era de las pocas personas que se había molestado en al menos notar mi presencia.

Seguía con los brazos cruzados cuando la chica se giró hacia mí. En cuanto a sus preguntas, le contesté:

- El dinero no pertenece a nadie, siempre circula. Mi identidad no tiene demasiada relevancia, pero por si te interesa, me llamo... - iba a decir Dragunov (casi toda alma viviente cercana a mí me llamaba así, pero sólo algunos mercenarios sabían mi auténtico nombre), pero con ella decidí hacer una excepción y que supiera el nombre con el que mis padres biológicos me engendraron - Vorpal.

Me preguntó, además de eso, por mis intencios:

- Pues... - me rasqué la nuca, pues apenas me daba cuenta de que la estaba acosando para nada. La luz se hizo en mi cabeza a tiempo - quiero saber quién eres y la razón por la que estás huérfana, ¿te vale?

Esperé la respuesta y se decidió a decirme su nombre tras un momento de pensárselo y una pausa. Bueno, fuera o no su nombre, a mi me servía para no llamarle de "tú" o "chico que me sigue".
Luego me tocó a mi el turno, nombre y porqué estaba huérfana. Iba a haber respondido que me quedé huérfana por el hecho de quedarme sin padres pero como era una respuesta absurda y no perdía nada por contar la verdad, decidí hablar sin más preámbulos.

- Yo me llamo Alywe- hice una pausa- hace dos meses que quedé huérfana. Mis padres eran mercaderes y sufrimos un asalto por la noche por unos bandidos. Y no pienso ir a un orfanato aclaré. Por eso estoy mendigando

Decir todo eso me deprimió mucho más. Una cosa era saberlo pero guardarlo para uno mismo y otra decirlo, casi había dolido.

Escuché sin pestañear su triste historia, y por un momento deseé no decirle nada. Pero cuando acabó, mi actitud de mercenario volvió a despertar:

- ¿Mendigando? Por favor, Alywe - con un pequeño esfuerzo conseguí pronunciar su nombre - No puedes quedarte así como así, ¿no te está clamando tu corazón la dulce venganza? Sí, ya sé que somos unos criajos del tres al cuarto, pero mientras estemos vivos, podemos actuar para cambiar las cosas... - yo era un mozo impulsivo por aquellos años, pero los mercenarios también tenían una especie de código de honor al que intento imitar desde los 9 años.

Cerca de nosotros pasó un hombre armado con cota de malla y hacha, iba en dirección al pequeño bosque situado a unas centenas de metros de nosotros. Tenía un aspecto atemorizador, pero lo que más me atrajo la atención era aquel misterioso tatuaje en la parte lateral de su cuello...

Pareció quedarse mudo después de lo que le conté e iba a darme la vuelta cuando comenzó a darme una charla sobre la venganza. Claro que la quería, pero poco o nada podía hacer.
- Pues claro que me quiero vengar- aclaré- pero no tengo ni los medios, ni creo que sea capaz de poder hacer algo así aunque lo quiera. Sería convertirme en alguien como ellos...

Paré de hablar, Vorpal se había quedado mirando cómo pasaba un hombre bien pertrechado y armado con un hacha que a mi me pareció inmensa. Iba con paso firme y pesado, pero por la armadura no se trataba de un guardia. Pronto también reparé en ese silencio en que Vorpal también iba armado.
En voz baja y para no llamar la atención le dije - ¿porqué le miras tanto? ¿y por qué vas armado?

Sin dejar de mirar a aquel tipo, le dije a Alywe:

- Mi espada es lo de menos, ¿te has fijado en el tatuaje que llevaba en el cuello?

Aquel hombre se alejaba más y más de nosotros, pues estábamos estáticos. Me fascinaban los tatuajes, pero recordé que algunos de ellos servían para identificar ciertos sujetos o bien formar parte de un grupo. Ese hacha que portaba no estaba tan nueva ni tan brillante, por lo que me hizo sospechar de su oficio.

Bien, podría ser mercenario, pero descarté la idea, pues yo llevaba cerca de 8 años viviendo por campamento y tiendas mercenarias, pero nunca vi a ese tío...

¿Tatuaje? Me acerqué al lado de Vorpal pero me dio miedo seguir al hombre para ver de qué tatuaje se tartaba y dónde lo tenia. La espada del chico pasó a un segundo plano. Ahora en mi mente sólo cabía un pensamiento... ¿y si fuera uno de ellos ese hombre? Si lo era quién sabe cuándo los dioses me brindarían una segunda oportunidad.

- ¿Dónde estaba? ¿Cómo era? ¿Le conoces de algo?- tenía demasiadas preguntas que hacerle en la cabeza pero esas eran las que más me importaban

Apenas lograba reconocer las preguntas de Alywe, pues me estaba fijando en ese individuo. Parecía un auténtico bandido. Su ropaje y su expresión de cara no dejaban lugar a dudas, además de que llevaba un hacha algo mellada. Para que Alywe no se desesperara demasiado, señalé con nel dedo índice acusador hacia la posición del hombre del tatuaje.

- ¿Y si le seguimos? Tiene pinta de sospechoso... - propuse en voz baja.

No sé ni para qué le pregunté eso a la chica, pues mis pies respondieron poco después de terminar mi propuesta y fueron a paso ligero y cauto en la dirección de aquel tipo...

Miré a la zona del cuello dónde me estaba señalando Vorpal. "Oh no,..." un escalofrío recorrió i espalda y sentí miedo y ganas de echarme para atrás pero no tuve mucha opción de pensarlo bien porque Vorpal ya se iba en pos de ese hombre desconocido y peligroso sin hacer ningún tipo de ruido o movimiento sospechoso.
¡Quién sabe si pasarían más de esos hombres y me reconocería alguno! No podía permitirme ese lujo, pero ¿dónde ir? Me sentía perdida, pero no quise quedarme sola y me fui detrás de él sin mediar palabra por miedo a que me escuchara el hombre del hacha.
Por la forma de caminar y el tamaño de ese hombre no me sonaba, puede que él no asaltara el carro pero los miembros de la banda a la que pertenecía sí. Y si son una banda actúan por su bien común.

- Vorpal- dije en un susurro- yo no sé luchar- le confesé- aunque tenga algo que ver, no podremos hacer nada

El bosque se extendía frente a nosotros y el sujeto empezaba a perderse entre los árboles. Yo le seguía, además de advertir que la chica decidió acompañarme. Tuve una extraña sensación de ser perseguido, pero no sabía si era Alywe u otra identidad.

Casi le perdí de vista, pero pronto noté que estaba andando aquel tipo entre unos arbustos. Antes de eso, escuché la voz de la chica quejándoseme.

- ¿Por qué dices ''podremos''? - ni que yo fuera un inútil, pero debía darme cuenta de que era lo que era... un inútil... A pesar de sus quejas, mi impulsividad no fue achantada y seguí al hombre desde una distancia prudencial - Tranqui, no hace falta que luches - le dirigí un guiño - de todas formas, sólo estamos en misión de reconocimiento,¿no?

No se me daba bien el mentir, pues yo quería en realidad meterme de lleno en acción para luego cobrar los platos rotos. Volví mi vista hacia donde aquel tipo estaba y continué al acecho...

Cada vez estábamos más internos en el bosque, me sentía bien. Como segura de mí misma, al menos más que antes. Era una sensación rara, como si el bosque fuera una especie de refugio, y la verdad que se parecía mucho a cómo me sentí cuando me dejaron por ahí tirada a mi suerte.

A Vorpal parecía no importarle nada presentar batalla. A mi me convenció su perseverancia y entusiasmo pero dudaba que tuviéramos algo que hacer contra hombres adultos fuertes y curtidos en combate.
Lo de la misión de reconocimiento me hizo gracia, era como vivir una de mis lecturas sobre aventuras.

- Vale, ¿me lo prometes?- no me tomaría muy en serio su palabra pero necesitaba algo a lo que aferrarme, no querías más muertos a mi alrededor- será mejor que nos agazapemos entre los arbustos oigo más voces al fondo

Me pregunté si Volpar tendría problemas por no llevar lo que había comprado en la taberna, pero prefería no decirle nada. Parecía muy concentrado, como cuando un gato comienza a cazar moscas por primera vez.