Dragunov, aspirante a paladín (Agua)

Lo dicho, que me presento para las pruebas de admisión de paladines.

Apareció una chica alada y dijo que iba a ser mi entrenadora. En cuanto a su pregunta, le respondí:

- Mi nombre es Dragunov y acudo aquí para presentarme a paladín debido a estas razones. La primera, soy un devoto guerrero - al principio pensé en decir fanático - al servicio de Surcan, el dios de la guerra y los mares. Creo indudablemente en que los paladines son los guerreros que representan a su respectivo dios, que luchan en su nombre y dan su último aliento en la batalla.

Un paladín entra en batalla con el propósito de: mantener el honor tanto de sí mismo como de su divinidad, segar aquellas almas impías que manchan la pureza del corazón, y respaldar a sus camaradas en situaciones difíciles.

La segunda razón que presento es la cuestión de la magia. La hechicería, los conjuros y todos esos métodos mágicos son la columna vertebral de la que se sustentan muchas de las criaturas en Gold. La magia es muy, pero que muy útil. Cuanto más inteligente y hábil se es uno, más poder mágico contiene. Ahora bien, esa magia puede usarse para muchas finalidades... una de ellas es servir al Dios Oscuro. Como paladín, uno debe proteger la vida, aquella donde el inmortal y corrupto ser pretende exterminar, y preservarla hasta el fin de sus días...

Respiré un par de veces y di el toque final:

- Me presento a paladín con el objetivo de enfrentarme a los siervos de esa maligna deidad ¡y devolverlas al agujero del que nunca debieron de salir!. Por otro lado, quiero mencionar que la magia nunca fue una amiga de un guerrero corriente como yo, y por eso deseo desarrollar algún tipo de defensa frente a ella, para poder rendir mejor contra brujos o magos corrompidos, así como usar las humildes habilidades de curación del guerrero sagrado para salvar vidas inocentes.

Terminé la perorata y contemplé a Elena a la espera de una respuesta...

Tras lo que me mandó Elena, partí en dirección al orfanato. Para ello, tardé casi un día y medio. Llegué al lugar indicado a eso del inicio de la tarde. Antes de salir de la ciudad, me pasé por una capilla, donde un bondadoso sacristán me ofreció una botella de agua bendita, un crucifijo y una biblia. Mientras caminaba por aquellos momentos, tuve tiempo de leer un poco de ese libro sagrado.

El orfanato era un antiguo edificio no muy grande. El edificio tenía un color triste debido a la edad y en su entorno unos niños permanecían casi inmutables, sin siquiera jugar con el de su lado. Cuando pasé por su lado, se limitaron a mirarme ciegamente sin llegar a asustarse ante mi apariencia. O estaban traumatizados por algo o totalmente majaras. Entré a través del portal y me adentré en los apaciguados pasillos. Conforme avanzaba, me detuve cerca de una habitación. Sentí sollozos y al asomarme, vislumbré a una niña de unos 5 años llorando en un rincón de la pequeña sala. Escudriñé en los pensamientos y se me ocurrió ir a calmarla, pero primero iba a encontrar a la vieja endemoniada.

Tras recorre unos pocos pasillos, me encontré una puerta más alegremente adornada, que además estaba entornada y en la habitación se oía el continuo ruido de una mecedora. Supuse que debía ser la persona ( o el individuo poseído al que anduve buscando), así que sin más dilación penetré en el cuarto de la abuelita. El sol comenzaba a reclinar ligeramente en el horizonte.

- Buenas tardes, amable anciana. He venido con un doble propósito. El primero es una prueba que demuestre mi ''talante'' y ''control'', y el segundo, me ha dicho un pajarito que las cosas por aquí no van bien y decidí hacerme cargo de la situación. Al parecer, debo echar a patadas a un demonio de este pobre orfanato.

La última expresión tuvo como consecuencia que la mecedora se detuviese en seco.

- ¿Me estás buscando, despreciable esputo? - la voz de la anciana no sonaba nada amistosa ni agradable. La vieja se incorporó. Lo hizo de un modo limpio y sin torpeza. Sus ojos inyectados en sangre coincidieron con los míos.

- Sal ahora mismo de la abuelita si no quieres que te reviente ahora mismo, diablillo apestoso - la vieja se rió en mis narices.

- ¿Un simple humano mofándose de mí? ¡Tu cabeza está ahora en juego, imbécil! - nada más decir eso, sus ojos brillaron con un fulgor rojizo y una onda invisible pareció golpearme.

Fui lanzado a varios metros por el pasillo. Al incorporarme, dije:

- Señora, no juegue conmigo, que quien juega con fuego...

No me dejó acabar el maldito refrán. Otra vez los ojos relucieron y la onda volvió a chocar contra mí. A este paso, me dejará inconsciente de tanto golpe.

Me levanté y cargué contra ella para poder embestirla e inmovilizarla. Pero lo que hizo aquella vieja, me dejó sin habla. Al intentar agarrarla cual saco de patatas, me respondió con un trmendo salto de dos metros de altura, superádome como si ella fuera un capra saltando por encima de un toro embravecido.

Deduje que sus ojos volverían a darme la misma jugarreta, así que rápidamente continué corriendo hasta doblar la esquina:

- Miedica, que tienes menos huevos que dos canicas de cristal.

- Sólo estoy jugando al escondite, abuela - dije en tono inocente y jovial.

Creí haber escuchado a la anciana reír, pero cuando me asomé, no había nadie en el pasillo. De repente, la pared a la que estaba apegado saltó en pedazos en un brutal ruido de explosión. La onda me arrojó violentamente hasta la otra pared. Mi hombro izquierdo hizo un sonoro y recio ''CRACK''. A continuación sentí un agudo dolor en buena parte del brazo. A pesar de la situación, me levanté y salí corriendo por el pasillo. ¿Tenía idea de cómo hacer esto? Técnicamente, tenía aquellos ojetos religiosos, pero sólo era cuestión de tiempo que se me ocurriese algo que hacer con ellos... o que el demonio acabase con mi patética vida.

- Ni siquiera sabes luchar, qué humano más inútil - para mi sorpresa, su hablar estaba justo detrás mía. Los ojos brillaron otra vez y salí volando cual pájaro asmático. De nuevo, me estrellé con otro muro. Los morados cobrarían pronto presencia, por lo que desvié mi dirección hacia otro pasillo.

Tras unos pasos, me detuve y me apoyé en la pared del primer pasillo que había recorrido.

- Vamos, abuelita, no se deje intimidar por ese demoníaco ser. Está aprovechándose de su alma y no la va a dejar. Debe luchar en su interior contra él. - con la mano derecha me aferré al hombro izquierdo y empecé a colocar el hueso que se había salido de la articulación. El dolor era insoportable, hasta que se oyó otro gran chasquido y mi hombro recuperó parte de su movilidad.

Iba a darme la vuelta, pero la mano de la vieja me pilló por sorpresa, me agarró del cuello y empezó a golpearme repetidas veces contra el muro. La pintura fue cayéndose, las grietas se extendían como la gangrena y finalmente la pared se derrumbó abriendo un boquete. Caí al suelo, con la espalda bien magullada. Miré a mi derecha y creí encontrar la clave de la solución.

- ¿Listo para morir? - me preguntó sin escrúpulos la anciana poseída.

- ¡Cómo puedes hacerle esto a los niños! ¿Dónde está tu alma, anciana? Por el Dios Blanco, ¡reacciona! - no la estaba mirando, sino a la niña pequeña que antes encontré, sollozando de tristeza.

La vieja miró a la chiquilla. Fueron unos momentos muy tensos, donde los segundos parecían minutos. La niña la miró fijamente a los ojos y fue corriendo a abrazarla. Ella se dejó. Ahora sí estaba peleándose interiormente contra el demonio.

No dudé ni un segundo. Me acerqué y le colgué el crucifijo. El demonio estaba retenido en ahora en su huésped, que pasó a ser su cárcel de sentencia. Como ya leí anteriormente un fragmento de la biblia, abrí por la página necesitada y pronuncié solemnemente:

- Oh, gran Dios Blanco, con tu pureza y bendición, libra a esta humilde y anciana mujer de la demoníaca maldición. Que el exorcismo le expulse afuera al diablo y que el enfermo esté en vida sano y salvo -junto a mi pequeña improvisación de la biblia, derramé sobre la cabeza de la anciana el agua bendita. Un espíritu de aura rojiza salió de la boca de la anciana y se esfumó en el techo, sin rastro alguno. El ocaso anunciaba el anochecer.

Los niños parecieron despertarse y todos fueron a abrazar a la abuela, sin reparar en mí, pues ahora ya tenían a su cuidadora y protectora, más fuerte y saludable que nunca. La mujer me agradeció mucho mi esfuerzo y me dio varios roscos. Me despedí de ellos al anochecer y fui de camino para la ciudad donde estaba la escuela blanca. A eso de las 10 llegué a la escuela:

- Señorita, ya he exorcizado a esa anciana. El orfanato vuelve a ser puro y los niños han recuperado a su queridisima cuidadora...

Tenías un par de buenos moratones y un vendaje en el hombro izquierdo, pero eso me importaba poco por ahora, pues estaba esperando la respuesta de Elena.