Última Visita [PRIVADO: Arwen Undomien y Eärendil de Lórien]

El aire de palacio a veces era asfixiante. Siempre había repetido hasta la saciedad que era una atmósfera insoportable, casi dura, que me aplastaba como pesados bloques de piedra. Me moría entre esas paredes pétreas, me faltaba la capacidad de respirar, porque me sentía presa en un mundo de hipocresías, fórmulas corteses y demás. Nunca había considerado que yo tuviera madera de reina, ni siquiera por asomo; era una persona que le gustaban los placeres sencillos, como dar un paseo por el bosque o quedarse despierta por la noche para ver las estrellas. Si había de ser sincera, diría que yo no había nacido para llevar la corona, ni mucho menos. No tenía madera de reina; los asuntos de estado me daban jaqueca, los concilios y cabildos, me ponían nerviosa.

Pero no me preocupaba el pensar que en un futuro tendría que reinar. Confiaba en que mi padre fuera inmortal, o que durase en el trono lo suficiente como para que cuando decidiera abdicar, fuera mi hijo el que lo ocupase. A mí no me atraía en lo más mínimo sentarme en el trono élfico y llevar la corona sobre mis sienes; era algo que preferiría dejar de lado.

Aquella mañana, había vuelto a escaparme del mundanal ruido de palacio, refugiándome en el jardín, mi lugar favorito para soñar. Lo habían hecho como una especie de miniatura del Jardín de la Paz, aunque adornado con alguna que otra modificación. A mí me gustaba por el simple hecho de que entre aquella foresta, me sentía mucho más en consonancia conmigo misma que entre las paredes de mi vivienda. Allí sentada, viendo sin ver la cascada artificial del estanque, comenzaba a planear una fuga que esperaba llevar a término. Mi plan era marcharme al Jardín de la Paz en cuanto fuera oportuno, y vivir allí unos cuantos años, sin tener que ceñirme a la fría etiqueta palaciega. Sabía que mi familia no lo entendería, pero me daba igual.

Así, pensando en esas cosas estaba, cuando apareció una melena rubia por el final del sendero que conducía a mi pequeño santuario. Eärendil, mi hermano, por llamarlo de alguna manera. Habíamos crecido juntos, y prácticamente éramos de la familia. Muchas veces habíamos planeado juntos alguna que otra travesura, cuando no éramos más que niños de 60 años (off: Dios, que raro se me hace escribir esto XD). Al menos no era ningún cortesano que hubieran mandado en mi búsqueda, lo cual era de agradecer.
-¿Dando un paseo matutino?-inquirí, saltándome el saludo. Siempre solía ser un poco diferente a la hora de recibir, como si así me alejase un poco más del soporífero protocolo-Siempre son placenteros, ¿no crees?