Abysso vs Alby

Por Telenius me encontré finalmente con ese altar dedicado al Dios Blanco, traía conmigo una sirena agonizante...
—En profano sacrificio yo derramo la sangre de esta criatura para faltarte el respeto ¡Oh Dios Blanco!— en voz alta me presenté con esa falta de respeto mientras a la ultrajada sirena la terminaba de asesinar arrojándola hasta las paredes externas del sagrado lugar, como nada divino sucedía en mi contra ya tenía en mente ensuciar con las entrañas de la fémina escamosa ese lugar ¿¡Quién iba a detenerme!? ¿acaso un monje amante de la no-violencia?

Las aves brotaban de los árboles asustadas por algo, no me importaba, era una tarde gris: hermosa como me gustaban; era hora de mostrar mi devoción al mundo de la fé.

La calma, la tranquilidad de un santuario de paz y armonía… profanada. Un acto ofensivo, no solo a los creyentes del Dios Blanco, si no a todas las criaturas que vivían en estas tierras, corromper y alterar el hábitat de los animales pacíficos que se arremolinaban en este lugar buscando la armonía que se manifestaba en este lugar que fue considerado sagrado. Y daba igual a que Dios fuera dedicado, a Selian, Zarfen o incluso a los más oscuros dioses, este lugar no se debía profanar, era un recuerdo de nuestros antecesores de que puede existir la paz y la armonía absoluta, entre depredadores y presas, entre el bien y el mal.

Era el momento de hacer pagar, pagar a los pecadores que mancillaban la tierra y el aire, era mi deber, como mago y como goldmita, defender nuestro lugar más preciado. El sonido del viento hizo agitar las ramas de los arboles cerca del profanador, un sonido acompañado del batir de las alas de cientos, miles de criaturas. Una luz, y otra, cientos de luces emergían del suelo y de los arboles, de las columnas y de las raíces.

Revoloteaban enfadadas, miles de luciérnagas, volando alrededor del hombre que derramó sangre inocente, cual remolino de insectos, planeaban cerca, casi tocando la piel del ser que había traicionado la armonía del lugar, estaban furiosas, estaba furioso, enfadado. Una voz se escuchaba, pronunciaban en forma de coro dos únicas palabras.

Traidor… Venganza…
Traidor… Venganza…

Las luciérnagas se separaron del hombre y se reagruparon tras el altar a un par de metros para formar la figura de un joven humano.

-Tiempo atrás nos conocimos, durante una noche en la que la observadora de la oscuridad se fijaba en nuestro extraño encuentro. Hoy, Abysso, has cometido tres terribles errores, primera, has matado a una joven inocente, segunda, la has mutilado y esparcido su sangres profanando este remanso de paz, tercera… has traicionado a un viejo amigo.

Una pausa, el joven estiró sus brazos hacia cada lado, en sus manos aparecieron sus dos báculos, uno en cada mano, los juntó por un momento y los separó rápidamente mientras estos centelleaban con una luz que emergía de sus cristales.

-No me enfrentaré a ti como el viejo lobo que conociste en aquella noche, en este duelo seré el defensor de Telenius, como me exigen mis deberes y mis sentimientos. No me moveré por venganza u odio, en el día de hoy te haré pagar los pecados y ofensas que has cometido, no al Dios Blanco o a cualquier otro dios, si no a todo ser vivo que habita este lugar al que has alterado al traer contigo la muerte y la sangre. Desenfunda pues, tus armas en este combate.

—Pero si es el famoso Rocnus, ¡qué halago su presencia! Lástima para tí que desde aquella vez he cambiado mucho, y tengo habilidades nuevas.

Ni bien respondí extendí mis manos al frente dando origen a un difuso cuerpo, desde mi sombra un lúgubre humo negro se convertía en una figura semejante a mí en apariencia, como un clon, pero mis hilos psíquicos lo manipulaban como si fuera marioneta; ansioso de mostrar mi nuevo Poder frente a ese seguidor de Luz me mostré confiado, mi sonrisa tenebrosa decoraban la mirada penetrante de demonio que intimidante mostraba seguridad a mi adversario.

Sin dudas él buscaría castigarme, sabía que no me detendría, no era necesaria una presentación ni comentar mi intención: nuestras auras opuestas ya lo decían todo; su palabrería sin dudarlo era para asustarme, no retrocedería pues, ¿qué tan fuerte puede ser un humano? sus trucos visuales a lo mejor eran su único armamento... pobre.
—... no te resistas mucho, prometo que no dolerá, será un fragmento de suspiro— añadí entonces cuando ya mi títere paso a paso ahogaba la distancia hasta el hechicero desenfundando su plateada lanza. Ya casi a seis personas de distancia mi clon corrió hacia el oponente para apuñalarlo de frente dando un rugido bestial.

No perdí el tiempo, cada segundo era valioso, las reglas de todo buen estratega lo exigían, no se podía perder el tiempo, ni tan siquiera un suspiro. Un duelo era un enfrentamiento de dos mentes calculadoras, el objetivo era romper la estrategia contraria y someter a tu adversario, era una muestra de nuestro espíritu combativo, un duelo de honor entre dos únicas personas que mostrarían quien había conseguido fortalecerse más en este combate.

Como un resorte disparado, mi plan, mi estrategia y mi trampa se extendían sobre este macabro tablero que se había creado sobre tan afamado lugar pacifico. Alcé rápidamente mi brazo izquierdo y clavé mi báculo, Domo-Rocnus, en el suelo, tan firmemente que se quedó de pie aun cuando yo lo solté para ponerme delante de él y observar como mi oponente parecía engendrar una copia de él mismo, a diferencia de que esta estaba armada y se aproximaba a mí.

Momento de actuar, segundo mecanismo disparado. Aproxime mi mano al cristal de mi báculo y los separe rápidamente mientras una estela blanquecina se dibujaba y se arremolinaba formando pequeñas esferas, dos, que pasaron a cuatro, y estas a ocho y luego a dieciséis sucesivamente. Levanté el dedo de mi mano izquierda y señalé a la dirección en la que se aproximaba, silencio, una pausa. Y las esferas salieron disparadas con el propósito de acribillar a mis adversarios, aunque era un hechizo no demasiado complicado, era efectivo.

Acribillar, una extraña palabra que aprendí de pequeño, significaba hacer muchos agujeritos en algo o alguien.

Su raro accionar desarticuló mis palabras arrogantes cuando unas pequeñas esferas de Luz fueron liberadas como navajas, mi títere se deshizo como si fuera de arena y lleno de agujeros, por suerte fue un escudo lo suficientemente bueno como para permitirme arrojar mi cuerpo a tierra y evadir esos letales proyectiles y, sin duda letales que tres de los que se dispararon a baja altura hicieron hoyos en el mismísimo suelo frente a mis ojos...
—¡Me equivoqué con este oponente!— pensé y rápidamente con una pirueta me puse de pie otra vez para arrojarle seis apéndices psíquicos sólidos al hechicero, no intentaría aprisionarlo pues dada su aparición amorfa en escena de seguro se dividiría en luciérnagas y escaparía, ¡no! Estas extremidades iban con la intensión de azotarlo a golpes; para superior ofensiva los mandé a tanto comencé a trotar para una estrategia envolvente: si me movía haciendo un círculo al trasladarme buscando una distancia media, entonces mis miembros psicokinéticos tal vez tendrían mejor efecto. Con daga en mano sólo debía observar cuál era su modo defensivo, si se distraía podía lanzársela a un punto desprevenido.
—¡Lindos trucos hechicero! ¡Veamos que tal si te doy una mano... o tentáculos mejor!
Al decirlo fue cuando noté la quemadura en mi brazo, el títere podría haber sido un buen escudo, pero ese ataque fue de una magnitud que aún agujereando a mi clon me ha herido en el brazo al seguir de largo como cuchillo sobre manteca.

Un acierto, una criatura agujereada a sangre fría cual cerdo en el matadero, su clon había fallecido en el acto al sentir como mis esferas lo atravesaban como si de niebla se tratara. Aunque no había conseguido alcanzar totalmente a mi contrincante, derrotar a su espectro me sacaba una sonrisa, debía de esforzarse más si quería derrotarme, si solo había usado un hechizo básico y ya había acabado con su criatura cuestionaba si en verdad mi enemigo era tan fuerte como parecía con esa extraña seguridad.

Pero no era momento de quedarse parado, debía de avanzar al siguiente paso de mi plan, mi trampa, la caída de Abysso. Este me intentaba atacar con una especie de tentáculos emergentes de su espalda, lo cual me desconcertó por un leve tiempo que mi adversario aprovecho para empezar a correr hacía mí y en círculos, desconocía que pretendía pero tenía el hechizo perfecto para contrarrestarlo.

Alcé las manos a tiempo de evitar su ataque que chocó contra una esfera luminosa que me envolvía a mí y a mi báculo que seguía a mis espaldas, palpitante. Un escudo que había usado más de una vez y que me había salvado de muchos peligros, allí estaba seguro. Di un chasquido y la superficie semitransparente se empezó a endurecer eliminando cualquier posibilidad de ver el interior del escudo al igual que el exterior de este, estaba ciego, pero el también.

Solté una sonora carcajada, buscando el temor del enemigo, sabía que el escudo era opaco pero no insonorizaba lo que pasaba dentro, esta muestra de confianza tenía doble sentido, no solo el de sentirme seguro de que estaría protegido, sino que también alarmar a mi oponente.

Era el momento de mi siguiente pasó, me senté cruzando las piernas en el centro del circulo apoyando el extremo inferior del báculo en el suelo mientras cerraba los ojos y me hundía en un trance para mantener seguro el escudo. El tercer mecanismo saltó, tercer paso… esperar.

PD:

Mi risa:

Había reducido mis ataques sin mucho esfuerzo, trotar a su alrededor ya no encajaba con el plan inicial ante esa esfera que como escudo me era no sólo impenetrable, su aura luminosa era tan corrosiva que no podría intentar un ataque directo con daga; vacié mi mente de toda estrategia, método o idea, en la espontaneidad emergería mi siguiente movimiento a tanto fluyera en encadenada improvisación, si no me adecuaba a sus nuevos trucos me vencería.
—Así que eras alguien poderoso, como un lobo disfrazado de cordero— pensé mientras veía como los golpes de mis miembros psíquicos sólo los quemaba una y otra vez, hasta con ataques bajo tierra esa esfera dejaba minúsculos a los tentáculos tenebrosos.

Y el plan emergió como de la nada, me acerqué a dos árboles que estaban casi cerca, usando una de mis extremidades mentales como una flexible honda, como catapulta sostenida de tales troncos... pues si mis ataques basados en mi aura infernal son obsoletos ante esa Luz ¡La daga disparada con dicha propulsión de seguro penetraría plateada hasta su carne! ...era una hipótesis por ahora, pero el único intento accesible para provocar el cese de su defensa. Y disparé la daga.

Tiempo, algo que está presente en nuestras vidas, en todos los seres vivos, aquel poderoso caballero que todo lo vence, ciudades, civilizaciones han sucumbido y reducido a polvo, ejércitos enteros, bosques y montañas, destruidas y arrasadas, deterioradas y deformadas, por el tiempo.

Y ahora estábamos jugando a una partida contrarreloj, el tiempo era nuestro enemigo mutuo, mi adversario debía conseguir acabar conmigo antes de que mi báculo terminara de cargarse, si, mi cuarto paso sería su final, solo debía disparar el resorte y todo se desarrollaría solo, la trampa se cerraría sobre la presa, Abysso sucumbiría, solo necesitaba tiempo.
Mi arma se estaba terminando de cargarse, eso había hecho desde el momento en el que fue convocada a mis manos y después colocada sobre la tierra. Mi adversario no se había dado cuenta al tenerme a mí delante de este, esto se me había brindado una ventaja de misterio, pero no debía dar por concluida la lucha ahora, era el momento más crítico, no veía al enemigo, él tampoco me veía, estábamos ciegos.

Y mi báculo se cargó, pero no me dio tiempo a celebrarlo ya que escuché y sentí en mis carnes un impacto inesperado, algo había penetrado en el escudo, era preciso y no muy grande por lo que se había colado fácilmente en la barrera y alcanzándome parte del hombro derecho, me había salvado de un impacto seguro en mis costillas el estar sentado.

Había sido por la espalda, pero me había delatado l posición del enemigo, ahora el cuchillo se encontraba clavado en el suelo con alguna gota de sangre, había sido un corte limpio y no estaba sangrando mucho, una herida superficial. Me levanté y gire agarrando mi otro báculo y sacándolo del suelo, Domo-Rocnus en mi mano derecha, Lunius en mi izquierda, debía tener al enemigo en la dirección en la que estaba mirando ahora, era momento de actuar, cuarto resorte apunto.

Agarrando mis báculos decidí usar los poderes de mi nuevo báculo y mostrar la energía acumulada en forma de alas emplumadas de color blanco cristalino y con trazos y dibujos dorados. Deshice el escudo que a las pocas milésimas de segundo se desvanecía mientras yo cargaba con un grito de guerra hacia mi enemigo, quise darle más énfasis a la escena dando un salto como simulando que aquellas alas me hicieran volar mientras fijaba a mi objetivo.

-¡Yo seré el arcángel que perdone tus pecados!-dije mientras caí al suelo y daba un golpe con los báculos en la tierra, a un a unos cuatro o cinco metros de él. Y en ese momento dio lugar a mi habilidad, mi hechizo, el cuarto resorte se disparó con fogosidad, y el suelo bajo nuestros pies se iluminó mientras se trazaba un pentagrama circular de veinte metros de diámetro. Estaba justo donde yo quería, aun si lo hubiera intentado no hubiera escapado a tiempo, estaba demasiado cerca de mí, eso también me ponía en un aprieto, pero me valía de mi otra arma oculta.

-Exo-Emelus… ¡Abysso, ha llegado tu final, como guardián de Telenius yo te libraré de tus pecados, recibirás el perdón del Mago, en nombre de los Rocnus!-le grité mientras preparaba mi ataque final, estábamos atados, no podíamos movernos, el pentagrama nos mantenía los pies pegados al suelo, aunque libres de torso para arriba, yo no podía realizar hechizos, era un gran defecto, debía centrarme en mi hechizo que lo mantendría en la primera fase.

Pero eso no incluía a mis alas de magia, ellas no estaban atadas a estas reglas impuestas por mi pentagrama, ellas podían usar la magia libremente ya que no pertenecían a mí, si no a mi báculo, Domo-Rocnus. Y las alas se estiraron hacia arriba mostrando los dibujos como unos grandes ojos dorados, un silencio, y las plumas empezaron a vibrar hasta que repentinamente la magia se hizo corporéa.

-Ataque-ordené.

Y las plumas salieron disparadas hacia mi contrincante, cientos, miles, como agujas, dirigiéndose a mi adversario para acabar con él, dejándolo lo suficientemente acabado para ser derrotado pero no para matarlo. Pero aun con eso, aun no estaba satisfecho, no sabía si mi enemigo podía libarse de aquello por lo que rematé el ataque con una última orden.

-Explosión.

Y las plumas estallaron en cientos de luces que al estar cargadas de la magia blanca dañarían al demonio, de haber sido un simple humano u otra criatura simplemente se hubiera quedado ciego temporalmente o de por vida de haber sido un golpe critico, pero, mi estrategia había terminado, el telón se cerraba, y esta función se daba por concluida, solo debía de esperar a que mi adversario diera señales de vida.

PD:

pentagrama:

Mi plan había funcionado, pero algo no andaba bien, todo seguía en movimiento... mi poco entrenamiento con la daga no tuvo precisión suficiente para desarmar a mi rival: había sido entre decidir poner potencia o puntería, la inquietud de ver al oponente subestimado por mi ego me había hecho actuar con imprudencia en mi última táctica, dándole así tiempo necesario para ultimar su plan.

Había puesto toda mi carga psíquica en frente de mí en forma de extremidades para frenar su celestial ofensiva, aún sabía yo que al hacerlo era demasiado con lo cual lidiar, sentir ese contraataque en mi carne fue como conocer el mismísimo reino de los seres refulgentes; el inmenso dolor sólo lo podía comparar con la presencia del Dios Blanco en mis pesadillas: el tormento más ácido que mi imaginación lograba captar del Cosmos.

El tiempo estaba detenido, todo era blanco a mi alrededor y mi cuerpo flotaba, no podía saber si aún estaba consciente, moribundo o muerto, fue tal aflicción que el dolor separó mi mente de mi cuerpo lo suficiente como para presenciar el desenlace de mi agonía: una rara combinación de horroroso castigo y comparecencia paradisiaca. No sé cuánto duró ello, pero al volver el color a mis ojos y todo a su lugar, los daños eran visibles en mi persona, las heridas eran a penas soportables ... no podía moverme, sabía que sobreviviría, pero sólo en meditación profunda podría curarme de tal descarga, y sólo si estaba asistido además por algún doctor.

Spoiler:

—Gr-gra-cias hechicero ¡coughf!— con mis ultimas fuerzas quise comentar aunque expectorara sangre por la boca —...he vuelto a najj-cer, si muriera hoy, al menos puedo decir que he vivido.
Tal vez lo que dije, lo dije por delirio, tal vez no, sólo sé que luego de eso no recuerdo cómo terminó el día o cuantos días pasaban en mi estado de letargo.

[Abysso fuera del Hilo]