Pelea en Rosbasha

Otro día más en Rosbasha, nada de aventuras, nada de cosas interesantes, nada. Ya se qué la paciencia es la madre de toda ciencia, pero ya he esperado mucho, y no veo que me llegue ninguna aventura. Quizás tendría que salir a buscarla.

Decidido a encontrar una aventura, me pareció adecuado dar un paseo por Rosbasha, ver el mercado, con la gran cantidad de actividad y puestos diaria, el palacio con la alta nobleza, como yo, paseando por los jardines, y la vieja plaza, donde mis hermanos y yo nos parábamos a jugar.

Me senté en el borde de la vieja fuente que en el centro se alzaba, y me fije en la gente que pasaba, niños que jugaban...

-Echaré de menos esto, pero, ¿qué se le va a hacer?, necesito emoción.

Pero nada parecía advertirme que la primera aventura, empezaría dentro de la propia ciudad...

Por fin había conseguido entrar en Rosbasha. Estaba harto de que los guardias de las ciudades se riesen de mi cuando pasaba y me impendiesen avanzar por la ciudad sin el pertinente cachondeo: Que si que hace un ángel vestido de campesino..., que quien me creía que era con esa espada de madera... que si porque no volaba...
A veces me daban ganas de matarlos a todos... pero quizás era mejor no meterse con nadie de momento... o por lo menos con este equipamiento.
En un principio por eso había venido a la ciudad humana, a equiparme, probablemente a emborracharme y buscar algunas aventuras en un sucio grupo de mercenarios, que no pararían de llamarme afeminado hasta que partiese a un par de ellos por la mitad... Todo esto no me importaba, tan solo tenía una cosa en mi mente: Entrenar para poder aspirar a mi venganza.
De nuevo la gente mi miraba por la calle y se escuchaban susurros y risotadas sobre mis alas y mis ropajes. Entonces llegué a la plaza principal, la que tenía la fuente en medio, y su visión me reconfortó un poco, calmando mis ganas de matarlos a todos. Me acerqué al agua, y colocándome al lado de un humano como otro cualquiera, me agaché y toqué el agua con las manos. Me giré para sentarme, pero sin querer golpeé al humano con mis alas tirandole al agua de la fuente.

De repente sentí un golpe fuerte, y de repente, estaba bajo el agua. Al levantarme, estaba totalmente mojado, la ropa de los eventos especiales empapada, inservible. Ahora tendría que llevar armadura, no es que me molestará, pero era raro. Escuché las risas de los niños, y los murmullos del resto de gente.

-¿¡Qué demonios ha pasado!? - Dije mientras me secaba como pudiera.

Vi a un joven, quizás dos o tres años menor que yo. Y lo más raro de todo, tenía alas, no era la primera vez que veía un ángel, pero siempre los veía bien vestidos y volando burlones sobre los demás.

-¿Has sido tú? - Dije mientras me acercaba a dicho joven. - ¿Me podrías decir, por qué lo has hecho?

Cuando me quise dar cuenta el humano de al lado se habia caido al agua, probablemente por mi golpe. Enseguida se levantó y me pidió explicaciones. Le miré de arriba a abajo: parecía de una familia noble o algo asi, por las ropas que llevaba, pero tenía un aire bastante mas salvaje que un afeminado malcriado.
Le miré profundamente a los ojos y dije con voz clara:
- Lo siento, aun no me acostumbro a mover las alas sin dificultad.
Con esto, me pareció haber zanjado el tema, pero por si acaso me eché mano a la espada de madera, que aunque no le fuera a matar, por lo menos si podría dejarle inconsciente.
Carraspeé unos segundos y añadí:
-De todas formas también es tu culpa por no tener los reflejos como para esquivarla, supongo que todos los nobles son iguales... lentos...
Dicho esto, me di media vuelta, dándole la espalda. Entonces, sin querer, mis alas volvieron a chocar contra alguien, esta vez una especie de mercenario. Me disculpé rápidamente, pero parecía con con este no iba a ser tan fácil. Intentó golpearme, pero le esquivé facilmente agachandome. Me retiré un par de de pasos y dije:
- Hey, lo siento, no busco pelea- y añadí por lo bajo- de momento...
El mercenario ignoró mis palabras de nuevo e intentó propinarme una patada, la cual volví a esquivar sin mayores dificultades. No quería iniciar una pelea por si había problemas, pero puede que no hubiese otra opción...

Al parecer este ángel, era un prepotente, bueno como todos. Pero bueno, me habían enseñado a no usar la violencia, y a ignorar a este tipo de gente. Pero al parecer al darse la vuelta, le volvió a dar a otro hombre, un mercenario con cierta reputación dentro de Rosbasha.

Lentamente salí de la fuente y vi como el ángel no sabía con quién hablaba. Me acerque hasta el joven ángel y le eché cuidadosamente hacía atrás.

-Yo me encargó de esto, no sabes con quién estás tratando. -Le susurré al ángel.

El mercenario seguía murmurando, llamándonos de todo, en un momento, se metió con mi familia, eso me sacó de mis casillas. Me giré lentamente, y con todas mis fuerzas, le aticé en toda la cara con el puño cerrado, rápidamente un grupo de gente nos rodeó.

-Venga, prepárate. -Le grité al mercenario.

El chico al que había tirado antes a la fuente, para mi sorpresa, salió a mi defensa. Cuando el mercenario empezó a insultarnos, la rabia ardió dentro de mi, y le miré dispuesto a partirle la cara; de repente el chico noble se me adelantó, propinándole lo que, en mi opinión, fue un doloroso puñetazo. Enseguida aparecieron más sicarios del mercenario, que nos rodearon rápidamente: la mayoría llevaba espadas de hierro y armaduras de cuero, pero en grupo podían ser peligrosos, y más cuando yo solo tenía una espada de madera. La saqué de su funda y los mercenarios empezaron a burlarse de mi. Estaba empezando a cabrearme de verdad... Desenfundé la espada y me coloqué en posición defensiva, doblando levemente las piernas y sujetando la espada entre mi cuerpo y los mercenarios. Retrocedí un poco, alejándome del noble, y enseguida me rodearon cinco de los mercenarios, y otros seis al chico. Miré alrededor en busca de la guardia de la ciudad, pero todo lo que vi fue a un soldado silbando y alejandose del barullo:
- Malditos incompetentes... pero bueno, así es mejor...- mascullé entre dientes.
El primero de los mercenarios se lanzó contra mi con un grito, intentando propinarme una estocada en el pecho, pero desvié su espada fácilmente golpeándole en la muñeca y lanzando su espada por el aire. Inmediatamente, los otros cuatro se lanzaron sobre mi. Esquivé todos los golpes que pude, pero esto me estaba sobrepasando: era un sitio demasiado pequeño como para manejar mis alas correctamente, y corría el riesgo de sufrir alguna herida.
-No quiero tener que usarlo aqui...- pensé mientras esquivaba otro golpe.
Miré de reojo la situación del noble, que parecía también bastante comprometida.

Allí nos hallábamos, aquel joven ángel y yo, luchando contra una panda de mercenarios. Lo mejor de todo, el ángel llevaba una espada de madera, contra unos mercenarios, que llevaban armaduras de cuero y espadas de hierro. ¿Qué pretendía hacerles, cosquillas?. Yo saqué mi reluciente espada de acero, que acababa de comprar a un herrero.

-Vamos allá.

Me lancé a por uno de los mercenarios, que esquivó el ataque con una finta, pero, le acerté a otro en la cintura, que cayó dentro de la fuente. Me acerque a una pared, y me rodearon cinco mercenarios, levanté un poco la vista y vi al ángel, en una situación comprometida como la mía. Claro, ¿cómo no iba a estar en una situación comprometida si tenía una espada de madera?

-¿Quién quiere ser el siguiente?.

Me lance a combatir, procuré abrirme un hueco con cada ataque, hasta situarme al lado del ángel.

-¿Qué tal te va? ¿Necesitas ayuda?.

Seguimos combatiendo, mientras observaba como la gente de Rosbasha se alejaba de la zona, y que incluso los guardias, se lavaban las manos.

El humano se abrió paso entre los mercenarios, y se colocó rapidamente a mi lado. Me preguntó que tal me iba.
- ¿Tu que crees?- dije sarcásticamente mientras le propinaba una patada a un mercenario que se me acercó demasiado.- Bastante jodido...-
Nos empezaron a rodear los diez sicarios restantes, dispuestos a atacar todos al mismo tiempo. Me coloqué espalda contra espalda con el noble, y observando que no huviese gente inocente alrededor, le susurré al chico:
- Tu los cinco de la izquierda, yo los de la derecha- Ni siquiera esperé su respuesta.
Me coloqué la mano tapandome la cara, y una energía oscura comenzó a surgir de ella; en unos segundos, la oscuridad fue consumiendo mis alas volviendolas negras, lo que hizo titubear a los mecenarios un poco. Cuando retiré la mano, mis ojos se habían vuelto rojos, inyectados en sangre y sentí la desagradable sensación de siempre, cuando me consumía la sed de sangre y la furia. Sin darles tiempo a responder, arrojé mi espada de madera contra el que tenía enfrente, y con un giro de cintura le propiné una patada a otro que se me acercaba. El primer mercenario se protegió de la espada lanzada, pero al entretenerse en eso, no me vio llegar, lo cual dio como resultado un terrible puñetazo en la barbilla, que le dejó inconsciente. Antes de que su cuerpo tocase el suelo, agarré su espada de hierro al vuelo, y con una sonrisa maquiabélica, rocé el filo con los dedos. Rapidamente esquivé una estocada y dejé caer la espada sobre su cuello, decapitandole. Sin dar tiempo a reacción ninguna, salté hacia otro, desviando su espada con la mia y atravesandole el pecho. Los otros dos intentaron huir, pero yo no estaba por la labor; cuando usaba ese poder horrendo no podía detenerme: le lancé la espada al que estaba mas lejos, y el golpé le hizo caerse al suelo, del cual ya no se levantó nunca, ya que me lancé sobre él, pisandole las costillas. Por último, el que faltaba me miró aterririzado, y se cayó temblando y suplicando por su vida. Yo me acerqué poco a poco a la espada de madera tirada en el suelo, y cogiendola lentamente le miré a los ojos y dije: -¿No te reías tanto de esta espada? Pues te mataré con ella, diciendo esto, le golpeé secamente en el cuello, acabando con su miserable vida. Mis alas y ojos volvieron a la normalidad, y me giré a ver como iba el noble.

El se encargaba de cinco y y de los otros cinco. Me parecía justo, solo me quedaba encargarme de los míos, cuando de repente sentí un extraño poder detrás mío, preferí no darme la vuelta, ya que eso le daría la oportunidad a los mercenarios de quedarse con mi cabeza.

-Allá voy.

Me lancé con el último de la izquierda, que era el primero en atacarme, o intentarlo. Se lanzó con su mandoble hacía mi, me eché hacía un lado, haciendo que su espadón se quedará clavado con la piedra de la fuente. Aprovechando me dí con el codo, lo qué le hizo tambalearse, y le dí con el pomo del arma en la cabeza, dejándolo seco en el suelo, no muerto, pero inconsciente.

-Van uno, quedan cuatro.

Los empujé poco a poco contra la pared, siempre pendiente de todos, para no darle la espalda a ninguno. Me coloqué entre dos, y aprovechando que ambos me atacaban, me quité de el medio, causando que la espada de uno acabará en el hombro de uno, y la del otro en el otro hombro del otro. Ambos cayeron heridos al suelo, y ahora solo quedaban dos, uno salió huyendo al ver que tenían la batalla perdida. Y el otro, se lanzó contra mi, caso error, igual que con el primero, lo esquive y le di con el mango del arma en la cabeza, dejándolo inconsciente.

-Ya está. - Me acerqué al ángel. - No ha ido tan mal no: seis muertos, un fugitivo arrestado, y cuatro heridos. Ha ido bien.

La pelea tambien habia acabado por su lado, solo que con heridos y no muertos. Su comentario me pareció un poco incriminatorio, pero la verdad es que me habia pasado un poco.
- Lo siento- comenté- no tenía intención de matarlos, es solo que...
Me avergoncé un poco.
- Bueno, supongo que te debo una..., ¿cual es tu nombre, humano?-
Le pregunté mientras recogía un poco el estropicio de los cadaveres, juntandolos en la fuente. Cuando acabé le tendí la mano en simbolo de amistad: No creía que existiesen seres humanos que fuesen tan buenos luechando y que ayudasen a desconocidos.

El joven ángel parecía avergonzado por haber matado a los mercenarios. La verdad, se había pasado un poco, tampoco era para tanto. Observé la escena, cadaveres por los suelos, y heridos siendo recogidos por la guardia. Me preguntó mi nombre.

-Thorald Filo-Helado, pero puedes llamarme solo Thorald.

Me senté en uno de los numerosos bancos de aquella plaza, a la que, tras los ataques, empezaba a llenarse de gente.

-¿Y tú, ángel? ¿Cómo te llamas? - Dije mientras sacaba una pequeña manzana de mi mochila.

Thorald era su nombre. Se sentó en un banco, y sacando una manzana de su mochila me preguntó mi nombre. Me senté junto a él, con cuidado de no volver a golpearle con las alas.
- Mi nombre es Ingrel...- respondí sacando la cantimplora de la mochila y pegando un largo trago- ¿y bien? ¿Como es que a un noble le da por ayudar a alguien de tan baja clase como yo?
Le miré con mis profundos ojos azules, atravesándole el alma con la mirada, intentando reordenar mis ideas sobre la nobleza y la generosidad de la gente. Quizas algunos nobles eran capaces de tener sentimientos altruistas, aun así no pensaba empezar a confiar en la gente de su calaña ahora... no hasta que no cumpliese todos mis objetivos.

Me sorprendió su pregunta, quizás fuera de Rosbasha la gente no podía confiar en otra gente, o quizás fue mi educación juvenil lo que me llevó a ayudar a un joven en apuros.

-Encantado Ingrel. En respuesta a tu pregunta, te responderé con otra: ¿Por qué no?

Le pegue un mordisco a la manzana, mientras observaba a los guardias llevarse los cadáveres de la fuente y a los detenidos, y como la plaza volvía a la normalidad. Se volvía a llenar de la actividad común de Rosbasha.

-¿Y qué trae a alguien como tú a Rosbasha?, quiero decir, no es normal ver a un ángel en una ciudad como está, la mayoría se consideran superiores a nosotros y ni se molestan en venir...

Su respuesta me resultó bastante extraña, pero decidí no insistir en el asunto. En cambio su comentario sobre los ángeles si que me hizo esbozar una leve sonrisa:
-Bueno, es cierto que los ángeles no suelen relacionarse mucho con lo que ellos consideran "razas inferiores", pero... digamos que... yo no soy un ángel normal.
Le miré de nuevo, y poco a poco me di cuenta de que no parecía tan débil como los otros nobles: Tenía músculos bien formados por el combate y cicatrices, que aunque bien tratadas, dejaban leves surcos en su piel. Con un bostezo, me desperecé, estirando las alas: de la punta del ala izquierda hasta la de la derecha, median unos 5 metros y medio, y algunas personas de la calle se me quedaron mirando. A continuación pensé que debía comprarme una espada nueva, una que no pareciese de juguete. Miré fijamente a Thorald y le pregunté:
-Si no te importa, ¿podrías guiarme hasta un herrero de confianza, donde compraste tu espada por ejemplo? Es que no me conozco la ciudad y no quiero dar más problemas.