El Bueno, el Malo y el Feo [PRIVADO: Derivol y Dragunov]

Creo recordar que la primera vez que descubrí que el juego era una farsa fue hace dos años, cuando contaba los 17 de edad. Por aquel entonces, yo ya desempeñaba mi papel de mercenario arraigado. A saber: hacía peleas por encargos, atacábamos ciertas aldeas o pequeñas ciudades apartadas y dejé de ser aquel cutre chico de los recados. Podría decirse que ya era un hombre, que conocía la dura realidad de las clases bajas y buena parte de la miseria. Estaba bastante bien formado, pues los primeros músculos empezaron a notárseme en brazos y tronco, gracias al espadón que padre me regaló por mi decimosexto aniversario... Sin embargo, era un pobre idiota respecto a los negocios que no requerían fuerza, así como el éxito entre las tías...

En fin, mi aprendizaje de armas iba imparable y yo controlaba la situación que me imponían día a día, pero en uno de aquellos meses de otoño conocí a alguien muy raro. Era misterioso y, desde mi punto de vista, uno de los más avispados...

Aquel mediodía yo regresaba por un apacible camino de un encargo que me ofrecieron hace poco, encaminando mis pasos hacia un modesta taberna de un olvidado pueblo. Portaba mi espadón y armadura en el peto, mientras que lo demás estaba tapado por algún que otro ropaje. Cuando entré, lo primero en lo que me fijé fue que una de las mesas estaba prácticamente aglomerada, estaban jugando a las cartas, pero no les hice mucho caso y fui a la barra:

- ¡Tabernero, una de aguardiente!

Todavía recuerdo con claridad aquel dia... Estaba como todas las mediodias, en la taberna de un pueblo cercano a mi casa, desplumando a los pobres pueblerinos, cuando alguien entró por la puerta: Parecía un mercenario, pero bastante joven. No me fijé demasiado en él, ya que no me gustaba ganarle a los mercenarios porque solían no pagarme. Continué a la mia, repartiendo las cartas sobre la mesa, en la cual se amontonaba buena cantidad de dinero. La gente, curiosa, estaba aglomerada alrededor de mi y del otro participante, un flacucho paleto que acababa de apostar todo lo que le quedaba. Repartí dos cartas a cada uno y sonriendo miré las dos que me habían tocado: A de corazones y 2 de picas. Él miró las suyas y esbozó una gran sonrisa desdentada. Mostramos las cartas, y él tenía pareja de ases. A continuación repartí el resto de cartas sobre la mesa, una a una, lentamente... Un giro de mi mano e imperceptiblemente tres cartas cambiaron de lugar en la baraja, poniendose arriba, nadie lo notó, pero cuando desplegué las 5 cartas sobre la mesa... Póker de 2, lo que significaba que yo ganaba de nuevo, con un dos en la mano y tres en la mesa, frente a su pareja de ases. El campesino se tiró de los pelos, y despotricando salió de la taberna. A continuación exclamé: -¡Y sigo ganando yo! ¿Alguien más se atreve a jugar contra mi?- De repente entre la multitud se abrió pasó un enorme tiparraco, con malas pintas y una maza enorme; era realmente feo... Agarró la silla y se sentó, poniendo una bolsa de oro sobre la mesa. Yo acepté la apuesta y añadí en voz alta: -Si alguien mas quiere unirse, la mesa está abierta a más de dos jugadores- Esperé unos minutos a ver si alguien más se unía y así podía sacarme un poco más de pasta.

Fundí de un trago la bebida alcohólica y pedí otra, viendo de reojo los tejemanejes que aquel sujeto hacía. No sé cómo lo haría, pero ganó las dos últimas partidas en las que recientemente le vi participar. Esos ojos de granate ocultaban muchas cosas, lo que me hizo sospechar de su identidad...

Entretanto, vi cómo se esfumaba un pobre pueblerino y que un individuo más petado (y armado) acudía a participar con el tío de los ojos carmesí. Veamos, tenía 20 monedas en mi bolsillo. Pagué 4 y me quedaban 16. De repente, la curiosidad me gritó fervientemente que probara suerte... y allá fui.

Me abrí paso gracias a mi altura y fuerza, además de pillarme un taburete. Me senté entre el gordo y el ojos rojos y puse 10 monedas en la mesa.

- Juguemos. Apuesto una decena de monedas.

Aunque mi apuesta era baja y el gordo me miraba con cierto desprecio, me giré y esperé a las cartas que ojos rojos debía de repartir... ¿Habría posibilidad de ganar?

De repente el mercenario que había visto entrar por la puerta, el joven, se acercó a la mesa, y sentándose apostó 10 monedas. No era una apuesta muy alta, pero me vendría bien para comprarme un pañuelo nuevo. Les miré fijamente a ambos, clavando mis rojos iris en los ojos de ellos. La tensión se mascaba en el ambiente..., ambos mercenarios y yo un pobre jugador, bueno pobre no, pero debilucho, las cosas se podían poner difíciles. Les repartí sus dos cartas a cada uno, y puse parte de mi dinero ganado como apuesta. Miré mis cartas: 2 y 8 de picas. Esto sería fácil, lo malo es que podían mosquearse. Esperé a su turno, por si alguno quería retirarse, pero ambos hicieron un gesto con la cabeza, asintiendo a la apuesta. Desplegaron sus cartas: El más grandote, el feo, tenía pareja de reyes, y el del espadón, 10 de corazones y As de tréboles. Ambos sonrieron confiados. Suspiré, era el momento de la verdad: Saqué la primera carta, 6 de picas, la siguiente, 3 de picas, la siguiente, 4 de picas, siguiente, 7 de picas y la última, 5 de picas también. Sonreí, escalera de color... lo mas valioso que te puede salir en el póker: 2,3,4,5,6,7 y 8 de picas. Ambos mercenarios miraron las cartas incrédulos, mientras yo me guardaba el botín ganado en los bolsillos y recogía las cartas de la mesa, dispuesto a largarme de allí si alguno hacía un movimiento brusco. El ambiente se puso aun más tenso.

Empezó a repartir las cartas, mientras yo miraba desconfiadamente al panzudo. Estaba muy callado, pero su sonrisa desafiante me incitaba a ser perspicaz, al menos, intentar serlo. Dejé a un lado las cavilaciones y me centré en el juego.

¿Con que un as y un 10? Bien, bien, esbocé una pequeña sonrisa de diversión, sabiendo que esto prometía ser emocionante. Idéntica mirada me dirigió el gordo, pero yo no me djé amedrentar por su actitud. Sin embargo, tanto él como yo nos quedamos petrificados con la jugada de ojos rojos. ¡Por el Oscuro, había sacado una escalera de color!

Mientras recogía su premio, me quedé sin habla, como si el juego se me hubiera engendrado en forma de un modo inútil de gastar dinero... Sin embargo, advertí otro detalle. El tipejo de la maza no estaba conforme y vociferó, haciendo que unos pocos se alejaran:

- ¡Estás haciendo trampas! - su tono enrrabietado me hizo deducir que no pensaba irse por las buenas...

Tal y como esperaba, el feo, se enrabietó, diciendo que yo había hecho trampas. Era imposible que me hubiese visto hacer el cambiazo, ya que las cartas podían tener la baza y número que yo quisiera con solo pensarlo, es decir, que podía transformar un 3 de corazones en un as de tréboles con solo mi pensamiento. Por tanto era simple conjetura la acusación que el mercenario había hecho... ¿Era injusto?, ¿Era yo un tramposo? Si, pero cada uno se gana la vida como sabe: unos matan, otros roban, otros destruyen... yo timo. Pero pese a todo esto, y cautelosamente dije: -Lo siento señor, usted a perdido con todas las de la ley, podría usted tomar ejemplo del compañero más joven- me dirigí hacia el del espadón señalandole con la cabeza-Y aceptar su derrota tranquilamente, y ahora, si no tiene pruebas, esto es todo.- añadí con un tono quizás demasiado burlesco, pero esperé que eso fuese suficiente para convencerle de que se fuese sin tener una pelea. Aunque no le hacía ascos a una buena pelea, había demasiada gente, y no quería destrozar el local porque entonces no me dejarían entrar en otra posada a apostar.

Ojos Rojos le dio excusas al tipo de la maza mientras yo callaba y permanecía atento al desarrollo del diálogo. ¿De verdad este suertudo intentaba convencer a una mula? Aunque aprecié en parte su actitud, supe que esto no terminaría simplemente en un intercambio de palabras. El gordo no iba a dar su brazo a torcer:

- Devuélveme el dinero, tahúr. ¡Eres un ladrón! - su impaciencia se colmaba y tenía más ganas de echarle manos a la maza que yo a una buena jarra de vodka.

No sé cómo respondería a tal provocación, pero yo me mantenía enfrente del eje que formaban Ojos Rojos y Gordo Maza, a la espera de algo inesperado... El espadón permanecía dócil a mi espalda, dispuesto a ser desenfundado. Padre dijo una vez que 7 de cada 10 peleas de taberna ocurrían a causa del desacuerdo de los participantes de un juego...

Parece ser que esa bestezuela no iba a ser fácil de convencer. Me respondió de mala manera llamandome ladrón, y parecía que iba a iniciar una pelea. Yo la verdad no tenía ganas de machacar a un tiparraco como él, y ensuciarme los guantes con un tío tan sucio. Miré sorprendido al otro mercenario... parecía calmado, pero leves contracciones en su mano derecha me indicaban que estaba listo para desenfundar la espada. Respiré hondo y suspiré, mirando de nuevo al feo, pero esta vez había algo distinto en mis ojos: el color rojo del iris se había vuelto más claro, y en el interior de las pupilas bailaba un pequeño resplandor que indicaba mi sangre demoníaca. De repente en mis iris, el rojo claro se volvió profundo y con brillos, y el poder demoníaco rezumó por ellos. Mirandole de nuevo fijamente a los ojos, penetrando su alma con mi mirada, le dije en tono más serio: -La partida ha acabado, cálmese por favor y no hagamos de esto un problema para la gente de esta taberna. Mire, hasta le invito a una jarra de aguamiel, pero que esto no llegue a las manos, si no quería perder no haber apostado.-
Dicho esto esperé la reacción del tiparraco mientras el resto de personas se alejaban de la mesa, quedando tan solo los tres que habíamos jugado la partida.

A pesar de la tensión, Ojos Rojos se mantenía en relativa calma y esto me hizo sospechar de que no era un jugador normal y corriente, incluso podría ser un astuto asesino que intentaba ganarse la vida de cualquiera de las maneras posibles. Con estos pensamientos jugaba mientras los comensales se apartaban del trío del póker cuando, de repente, el gordo de la maza soltó un bramido y tiró la mesa de un manotazo. Percibí a tiempo que cogía la maza.

No sabía si Ojos Rojos se daría cuenta de la sorpresa, pero por mantener una especie de orden en la taberna, eché mano al espadón y, antes de ejecutar el tajo vertical descendente sobre el cráneo de Ojos Rojos, detuve el ataque interponiendo mi arma, sujeta con ambas manos.

Con una sonrisa de caimán, le dije al panzudo:

- ¡Calma, tronco! - aunque no me hizo caso y a pesar de bloquear su puñetazo, consiguió hacerme retroceder. Parte de los clientes salían por la puerta a toda prisa...

El Gordo Maza atacaba en aquel momento a Ojos Rojos.

Parece que el de la maza no entraba en razón, y lanzó un mazazo contra mi, que me pilló un poco por sorpresa, aunque estaba preparado y salté hacia atrás, pero el mazazo se paró a mitad de camino, detenido por el espadón del otro mercenario, lo cual me sorprendió gratamente. Parece que no tenía mal perder. Este no era el sitio para comenzar una pelea, y menos contra ese bestiajo, por lo que decidí que escabullirme sería lo mejor. Rapidamente, y mientras deslizaba una carta por detrás de mi pantalón sin que nadie la viese, y cuando esta tocó el suelo, se filtró dentro de él formando ondas moradas muy pequeñas y casi imperceptibles, dije: -Este no es lugar para peleas, si quieres pelear contra mi, te espero en el campo que hay al oeste de aquí, y ahí solucionaremos esta disputa.- Una vez acabé de decir esto, y antes de que pudiesen reaccionar, el suelo debajo de mi se volvió como si fuera agua, pero manteniendo los colores, y me hundí en él completamente en menos de 1 segundo, volviendo este a la normalidad. Había desaparecido delante de sus ojos.

Había pasado por golpes peores que el que me propinó. Creo recordar que desde los 15 años visitaba con más frecuencia las numerosas tabernas de Gold. La finalidad pasó de ser del abastecimiento a motivos como la información o la compra de bebidas alcohólicas. Sin embargo, muchas veces nos instalábamos más de un cuarto de hora y, por una causa u otra, la situación degeneraba en pelea tabernaria. Yo me había curtido a puñetazos con más de un cliente, en más de una taberna...

Sin embargo, Ojos Rojos controló la situación desplazando la acción a otro lugar. El gordo se enfurruñó al ver que se largaba. La mayoría de los que quedaban, incluido yo y el maza, nos quedamos sorprendidos cuando desapareció en el suelo. El panzudo me miró con cara de pocos amigos antes de ir al campo oeste.

Volví a colocarme lentamente el espadón y regresé a la barra:

- Creo que esta vez será una jarra de vodka - respondí mirando al atónito dueño del local. Aún podía permitirme un trago, pues poseía 4 monedicas en mi poder.

Cuando escuché que el feo de la maza se había ido, desde el sótano, volví a transmutar el suelo, que gracias a mia magia no caía, sino que tan solo cambiaba su estructura, y sacando, primero la mano y después todo el brazo, me apoyé en el suelo cercano no transmutado y salí por completo del suelo de la taberna, expolsándome el traje y saliendo de allí como si nada. A continuación miré hacia todos los lados, cerciorandome de que el bestiajo ya no estaba alli. Una vez salido del suelo, y ante la mirada bocababada de todos me acerqué al tabernero y, mirando al otro jugador que se había sentado en la barra, dije: -Tabernero, póngame una cerveza, y rapidito que me tengo que largar de aquí.-

¡Coño! La sorpresa fue mayúscula, pero no por haber emergido del suelo, pues apenas reparé en eso, sino que se colocó a mi lado y preguntó por cerveza. Me giré para que nuestros ojos coincidieran. La verdad es que me pareció un asesino, con esa pinta de gentil hombre ocultando oscuros secretos tras ese trajecillo de caballero moderno. Mi actitud se había tornado en suspicacia, pues me había birlado 10 monedas con total impunidad, pero aún así, la curiosidad se mostró más abierta:

- ¿Piensas matarlo con esas cartas? - me quedé callado en un periquete mientras mi cabeza repasó el reciente acontecimiento...

¿Cartas? ¡¿Cartas?! ¡Por todos los demonios! Antes de hundirse, llegué a ver que en el suelo había una de ellas hundiéndose tierra abajo. ¡Entonces este era un tramposo de tomo y lomo por usar cartas a saber de qué magia! Mis ganas por partirle la cara se desbordaban, pero me mantuve quiero a la espera de su respuesta...

La pregunta del mercenario me pareció tremendamente extraña, por lo que respondí con una sonrisa:
-¿Matarle? ¿Matarle?...- Se me escapó una sonora carcajada- Ni de coña, me voy a largar de aquí por patas.- le respondí acabando de apurar mi cerveza. Le miré nuevamente, a los ojos, y por primera vez hice algo que nunca jamás volvería a hacer. Saqué la bolsa con las 10 monedas que le había "ganado", y se las arrojé sobre la barra enfrente de él diciendo: -Me has ayudado a huir y te lo agradezco. ¿Cuál es tu nombre chaval?.
Esperé su respuesta, dispuesto a marcharme de allí antes de que el feo aquel se diese cuenta de que no estaba en el campo oeste.

Ese tío era una caja de sorpresas. Jamás imaginé que los de su ralea pudieran ejecutar la acción de devolver una cosa que han ganado. Pero me quedé un poco decepcionado con los planes respecto al panzudo: evasión.

- G-gracias, me llamo Dragunov - balbuceé cuando me devolvió la pasta, pero recobré mi habla y le dije - ¿En serio no te vas a enfrentar contra él? No soy nadie para aconsejarte, así que allá tú... ¿Cuál es tu nombre?

De una cosa estaba seguro: que no era humano puro debido al color de sus ojos de carmesí.

Las tornas habían cambiado, Dragunov, aunque joven, parecía un mercenario bastante experimentado. Sonreí aun más y respondí a su pregunta: -Derivol, mi nombre es Derivol.- podría haberle dado un nombre falso, pero me pareció que podía confiar en él, por lo que le dí el verdadero, y añadí: -Oye, Dragunov, ¿que te parecería ganarte unas pocas moneditas extra?-
y sugiriendole esto, saqué de mi bolsillo una bolsa con 30 monedas más, continuando con mi explicación: -Mira chaval, el tio ese que se acaba de ir buscandome, es miembro de una banda, y no me gustaría tener problemas con él. Y como parece que no va a dejar este asunto por las buenas había pensado que quizás podrías ayudarme con este problemilla.- diciendo esto, removí la bolsa, haciendo sonar las monedas y sonriendole a Dragunov con una sonrisa de par en par.

Mis ojos se posaron en aquella bolsa cuando se asomó y sonó a metálico. Acepté con gusto su ofrecimiento, pero en vez de pillarme aquella bolsita, dije al tabernero:

- ¡Tabernero, alcánceme una botella de ron! - luego me dirigí a Derivol, con una sonrisa bonachona - Me basta conque pagues la jarra de vodka y esta botella.

Por lo demás me daba igual, yo nunca le hacía ascos al comer, al beber, al luchar o al dormir... El tabernero me dio aquel litro de ron añejo y yo lo guardé en uno de mis bolsillos, tomando precauciones para no romper el vidrio. Esperé con un toque de impaciencia a que Ojos Rojos terminase de pagar y de los demás para ir hasta el campo donde nos esperaba nuestro amigo el de la maza. La verdad es que Derivol me caía bastante bien, y eso que yo no aguantaba a los tahúres...

Realmente me sorprendió la buena voluntad de Dragunov, por lo que acepté su ofrecimiento amablemente y pagué su botella de ron y la jarra. A continuación le dije que me siguiera y emprendimos el camino hacía el campo oeste, dispuestos a combatir al feo y a su banda. La verdad es que todavía no confiaba de todo en Dragunov, pero me parecía demasiado bonachón y sincero como para tramar algo, pero si algo me había enseñado mi madre era en no fiarme de las apariencias. Mientras nos ibamos acercando al campo concertado, le pregunté a Dragunov: -¿Sabes a lo que nos enfrentamos chaval?- también caí en que tendría que saber como peleaba Dragunov para adaptarme en caso de que nos viesemos con toda la banda, por lo que añadí:-Y, ¿cómo te gusta pelear, por que te gusta no?- saqué mi baraja ya la manoseé barajando las cartas con mañosa habilidad.

Ojos Rojos me preguntó por mi modus operandi en el camino hacia nuestro campo de liza. A medida que pasaban los años, mi modo de expresión lingüistico se volvía más breve, hasta el punto de contestar con un simple movimiento de cabeza, o bien, frunciendo el ceño. Sin embargo, si se trataba de alguno de mis temas favoritos, pues hablaba casi sin parar:

- Un buen mercenario no pregunta por el enemigo ni su número, sino dónde está. Respecto al pelear, pues prefiero el combate cuerpo a cuerpo limpio, sin trampas ni tejemanejes. No me importa reventarme contra cinco a la vez, pero mi especialidad son los duelos individuales. Respecto al combate a distancia... pues cuando tenga pasta suficiente me compraré una ballesta. Mientras tanto, me conformo en lo que más confío - toqué la empuñadura del espadón mientras decía esto último.

¿Cómo lucharía él? La intriga me mataba y pensaba preguntárselo, pero me di cuenta de que llegábamos al campo donde estaban nuestros oponentes. Así que callé y me preparé para lo que nos tenía reservada la refriega...

Parece ser que Dragunov era un combatiente franco y sin tapujos. No tuve tiempo para decirle la forma en la que yo peleaba, pero supuse que peleariamos bien juntos. Ya llegabamos al campo oeste, y allí impaciente, se encontraba el feo de la taberna, acompañado por otros cinco mercenario bastante bien armados, uno con un martillo, dos con espadas y otros dos con mazas. Me mantuve a varios pasos de distancia y, lanzando una carta al suelo entre ellos y yo dije: -Bueno, aquí estamos, creo que es hora de divertirnos un poco ¿no?, ¿ O es que acaso no quiere recuperar su dinero señor?- le dije provocando mientras desenrollaba mi látigo. A continuación, mientras la carta se filtraba entre nosotros y nuestros adversarios, le dije a Dragunov: -Dragunov, escoge a los tres que quieras, pero el feo de la taberna es mio.- Y dicho esto me lancé corriendo contra ellos, dando por comenzada la pelea.

Antes de comenzar la pelea, respondí a Derivol:

- Pues escojo a dos mazas, martillo y espada.

Sin más preámbulos me lancé a por el de las dos mazas. Con la espada desenfundada, descargué el filo sobre su cabeza, pero consiguió detener mi ataque a costa de romper una maza. Lo alejé de un patadón al ver que el del martillo se me acercaba peligrosamente. Estuve a tiempo de bloquear el golpe que me iba a propinar. Mi espadón era, con gran diferencia, una de las armas más duras forjadas por los herreros de Gold. Sí, podía golpear rocas y paredones, pero debía cuidar su filo, que se desgastaba continuamente.

Como respuesta, le practiqué un pequeño corte en la pierna y conseguí espantarlo momentáneamente. Sin embargo, no avisé la posición del de la espada, pero oí pasos atrás mía. Haciendo un giro de 180 grados, acabé por desarmarlo.

Estaba rodeado por tres enemigos y debía de cuidarme del primer ataque...

Dragunov atacó al de dos mazas y se puso entre este, el del martillo y uno de los dos que llevaban espadas. Eso me dejaba a mi con el feo de la maza, otro con dos mazas y otro con espadas. El de la espada se adelantó, pero por unos 30 centímetros, no pisó el área donde mi hechizo de transmutar tenía efecto. Chasqueé la lengua en símbolo de decepción, por que esperaba no tener que esforzarme al menos con uno. Pero bueno, aproveché para divertirme un poco... Mi siguiente movimiento sería rápido, y esperaba que el sujeto de la espada no se lo viese venir. Agarré mi látigo con derecha y la punta de este con la izquierda, mientras corría directo hacia él. Unos segundos antes de llegar a su posición, me lancé al suelo con las piernas por delante, transmutando el suelo en hielo y me deslicé hasta el mercenario. A pocos pasos de él lancé la punta de mi látigo con la mano izquierda, pasándoselo por entre las piernas, para volver a agarrarlo una vez había pasado de largo de él. Con este movimiento, una de sus piernas había acabado rodeada por el látigo, por lo que aproveche el impulso de mi deslizamiento para estirar fuerte del látigo, lo que hizo que el mercenario cayese de bruces, justo en el área de efecto de mi carta. Antes de que este tocase el suelo, transmuté el susodicho en agua, y el mercenario se coló en él de cabeza, dejando las piernas por fuera, y cuando volví el suelo a la normalidad, este murió ahogado por la tierra. Me levanté y me expolsé el polvo de los pantalones, mirando a los otros dos y diciendo en tono chulo: -¿Siguiente?-

El martillo fue el primero en reaccionar, al cual yo respondí retrocediendo hasta el desarmado. A pesar de querer huir, mi espadón consiguió hacerle un tajo en la espalda y dejarlo p'al arrastre. Entre tanto, me fijé en que el del martillo se dirigía cargando el arma contra mí. El que quedó cun una única maza me acechaba pacientemente.

A pesar de la contundencia del mazo, conseguí pararlo y evitar que me atizase con esa arma. El golpe fue brutal, pero yo bien podía contrarrestarlo con mi buena fuerza y aún en desarrollo. Me acerqué hasta él para propinarle un puñetazo, gracias, en parte, a la lentitud del martillo. Advertí que se me venía encima el maza, maltrecho por el corte en los bajos.

Entre insultos y maldiciones intentaba darme, pero yo me escabullía por los lados o retrocedía a zancadas. De repente, me di cuenta de que estaba el martillo en mi lado izquierdo y el maza en el derecho... Ambos me atacaban en un punto que convergía. Bastó interponer mi espadón para oír un gran choque de armas. Se establecía súbitamente un pulso entre un joven mercenario y dos pútridos vándalos...

Parecía que Dragunov estaba atareado. No temía por su vida ya que parecía bastante capaz, pero quizás lo tenía un poco difícil para un chico de su edad. Aun así, yo también tenía cosas que hacer, ya que el chico de las mazas se acercaba hacía mi... parecía que el feo se quedaba atrás. Le miré con desprecio, y lancé mi látigo contra una de sus mazas, enroscandolo alrededor de ella, para tirar luego hacía mi, con lo que la maza salió disparada de su mano. Me dispuse a repetir la operación, pero esta vez el mercenario agarró la maza con ambas manos y evitó el tirón. Además, como contraataque, agarró mi látigo y lo usó para levantarme en volandas y arrojarme contra una piedra, ya que yo me negaba a soltar el látigo. Volé por el aire, a punto de soltar el látigo, cuando de repente ví que me acercaba vertiginosamente a la piedra. Saqué todo lo rapido que pude una carta de mi baraja y la arrojé contra la piedra, y segundos antes de chocar contra ella, la transformé en una sustancía muy elástica. Cuando golpeé contra ella me hice bastante daño, ya que elástico no es igual a blando, pero tenía su sentido. Cuando la piedra acabó de tensarse, se destensó de golpe, lanzandome contra el mercenario de la maza, con los pies por delante, y le propiné una fuerte patada en la cabeza, matándole en el acto. Aterricé como pude arrastrando una mano por el suelo, y cuando me levanté, las dos cartas, la del suelo y la de la piedra, volvieron a mi baraja devolviendo las cosas a su estado natural. Me giré hacia el feo mientras recogía mi látigo y le dije: -Solo quedas tu.-

La fuerzas estaban desequilibradas pues yo tenía en mi contra a cuatro brazos. Con un movimiento oscilante, la hoja del espadón llegó a posicionarse cerca de mi cuello. Olvidé totalmente mis apéndices inferiores. Con un simple movimiento de pié, le hice una zancadilla al del martillo, para que este cayera y pudiera yo centrarme en el de la maza.

Aunque al principio consiguió esquivar un par de mandoblazos y dirigirme un par de leves porrazos, finalmente llegué a hincar el espadón en su pecho. Cayó de bruces, herido de muerte y me encaré con el martillazos. Lo más interesante fue que Derivol y yo dijimos lo mismo a la vez:

- Sólo quedas tú.
- Solo quedas tu.

El combate llegaba a su trágico final... para la banda del panzudo, claro. Me pregunté cómo Ojos Rojos llegó a matar a los otros dos con los que debía lidiar. Seguro que tenía que algo ver con aquellas cartas del demonio...

En fin, me preparé concienzudamente para afrontar aquel mazo de hierro...